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El caso de las protestas de los ciudadanos libios pidiendo mayor libertad y democracia (los llamados rebeldes) como continuidad de las ya exitosas de Túnez o Egipto parecía dar continuidad a una ola de rápidos e inesperados cambios políticos hacia la democracia. Sin embargo estas protestas en Libia se han encontrado con una dura intervención de las tropas leales a Gadafi y con la sempiterna lentitud de la comunidad internacional.
La comunidad internacional se ha distraído consciente o inconscientemente con el tsunami de Japón y sus consecuencias y con unas discusiones sobre la necesidad o no de intervenir en Libia.
Así, lo que en principio se había pronosticado como el rápido final de un régimen dictatorial por la propia acción de sus ciudadanos deseosos de mayores libertades, se convirtió en un enfrentamiento de la población a los discursos y la acción de un ejército leal a su dictador que consiguió transformar una revuelta pacífica en una guerra civil.
Un enfrentamiento, que con una rápida intervención de la comunidad internacional no hubiese durado más de tres días y con la que se hubiese implantado un proceso democratizador en el país. Sin embargo la lentitud de esta intervención ha alargado el conflicto casi enquistándolo en ciertas ciudades mientras se va engordando la fatal lista de heridos y muertos.
Está en la esperanza de todos que la libertad y la democracia lleguen a este país, pero sin duda, llegarán con más dificultades, más heridos y muertos y con más heridas que cicatrizar entre los propios ciudadanos libios.
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